lunes, 2 de diciembre de 2013

 Me lo dijo un pajarito
Javier Cassio

El 22 de noviembre de hace cincuenta años un tirador solitario asesinó a sangre fría al trigésimo quinto presidente de Estados Unidos John F. Kennedy. En 1948 el político y activista indio Mahatma Gandhi también fue privado de la vida por alguien que no compartía sus fines políticos. El 6 de octubre de 1981 el presidente egipcio Anwar el Sadat fue ametrallado en la tribuna presidencial mientras presenciaba un desfile militar. También el primer ministro de Suecia Olof Palme fue asesinado durante el ejercicio de sus funciones.
Pero ninguno de los magnicidios modernos ha causado tanto revuelo como el de Kennedy, con la posible excepción del de John Lennon, ocurrido en Nueva York el 8 de diciembre de 1980 a la edad de 40 años. El homicidio de Kennedy desató furor y tristeza más allá de cualquier comprensión. Y aún continúa, a juzgar por la nueva ola de comentarios que desató el aniversario durante el fin de semana. El sábado un amigo no cabía en su incredulidad cuando le dije que no me acuerdo lo que estaba haciendo cuando se conoció la noticia del magnicidio en Dallas, Texas. Yo tenía solamente nueve años de edad, y a esa edad no se está demasiado consciente de las noticias internacionales.
Pero ahora entiendo mejor las posibles razones por las que el asesinato del político demócrata causó tanto revuelo, mientras las de otras figuras presidenciales asesinadas durante su mandato pasaron prácticamente desapercibidas.
La noche anterior a su vuelo a Dallas, y de su fatídica decisión de transitar en un convertible, Kennedy y su esposa la primera dama Jackie –junto con el vicepresidente Johnson y su esposa Lady Byrd- asistieron a una comida formal ofrecida por la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos. El voto latino de aquella época le permitió a Kennedy derrotar a su rival republicano, el famoso retorcido de cuello blanco Richard Nixon, quien luego renunciaría a la presidencia avasallado por sus pillerías.
Kennedy y su esposa conectaban con los méxico-americanos de aquella época debido a que eran cálidos, encantadores, y católicos, la religión principal de la comunidad con raíces mexicanas. En campaña presidencial, Jackie –quien era la realeza estadounidense y una de las socialités más reputadas del mundo,- le habló en español a la comunidad latina que ya desde entonces era la primera minoría en Estados Unidos.
En 1960 aún no se tenía una idea clara de cuán poderosa sería el voto México-americano. El Movimiento Chicano estaba floreciendo. Kennedy era tan popular entre nuestros parientes allá que se empezaron a formar clubes “Viva Kennedy”. Sus votos le dieron al joven senador la estrecha ventaja que necesitaba para ganar. Más aún, haber impulsado a un candidato a la presidencia les dio la idea de que deberían salir y votar.
Desafortunadamente, por más popular que Kennedy era entre nuestros paisanos no les cumplió sus promesas de campaña. Para ser justos, quizá Kennedy lo hubiera hecho si no le hubieran segado prematuramente la vida. Les prometió designar más México-americanos a posiciones políticas más altas. No envió propuestas de ley para beneficiar a la comunidad. Sin embargo, su hermano Robert fue determinado en su apoyo del activista César Chávez. Su otro hermano, Edward, también apoyó considerablemente a los latinos en Estados Unidos.
Ahora, si debiera encontrarse una respuesta concreta a cuál sería el legado del presidente asesinado –así como a intentar encontrar una razón por la cual es uno de los presidentes más estimados y recordados a medio siglo de su violento fallecimiento,- lo único que me queda en claro es que inspiró a una generación de inmigrantes y estadounidenses de primera generación a entender el creciente poder del voto. Irónicamente, algo que aún no se entiende a cabalidad en nuestro país y tiempo.
Pero lo que pasó después de aquella fatídica mañana en Dallas fue aún más interesante. Después de que Lyndon B. Johnson fue designado presidente en sustitución de Kennedy, su presidencia prestó mayor atención a la comunidad México-americana. Debido a que era nativo de Texas, y en ese estado los privilegios y el estado de las cosas quieren que todo siga igual, como legislador siempre votó en contra de las medidas de conceder derechos civiles a las minorías representadas por la gente de piel oscura. A Johnson le tocó cumplir lo que su jefe no pudo, concediendo más derechos y posiciones políticas.
Aquel infausto día en Dallas, a sus 46 años de edad Kennedy recibió el beneficio de quienes mueren jóvenes, sin haber completado lo que prometieron. Ese día se erigió el pedestal para erigir la estatua para alguien que prometió que haría y no lo hizo. A pesar de ninguna evidencia tangible, aún hay personas que piensan que Luis Donaldo Colosio Murrieta de 44 años de edad pudo haber sido el mejor presidente que México ha tenido.
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