Me lo dijo un pajarito
Por: Javier Cassio
Por
favor ponga toda su atención en lo siguiente. Sume cada número entre 1 y 100.
Si
usted es como yo, al leer “sume” supuso que tendría que utilizar su calculadora
y empezó a añadir 1 + 2 + 3+… 100. Esa operación, sin la ayuda de cualquier
tipo de instrumento para sumar nos hubiera tomado una hora de nuestro valioso
tiempo. Con ayuda nos hubiera llevado un poco menos. A Paloma Noyola Bueno le
llevó dos segundos. La respuesta –por si la quería saber,- es 5,050. A mi llevó
veinticuatro horas de pensamiento concentrado saber la razón.
Hace
veinticinco años, la familia de Paloma intentó cruzar la frontera en busca de
una vida mejor. En lugar de pasar a Estados Unidos terminaron viviendo al lado
de un tiradero en Matamoros, Tamaulipas. Esta ciudad fronteriza se encuentra
relativamente cerca de La Laguna. Es un polvoso punto cocinado por el sol con
489 mil habitantes. También es un punto codiciado por los guerreros de las
drogas. Regularmente hay balaceras y a menudo las calles amanecen esparcidas
con cadáveres.
En
el tiradero de esa ciudad, el padre de familia pasaba todo el día buscando en
la basura pedazos de aluminio, vidrio y plástico. Desde su lugar de trabajo
podía ver la escuela primaria José López Urbina. Ahí adentro estudiaba su
pequeño ángel Paloma, la menor de sus ocho hijos. Recientemente el señor Noyola
sufría de hemorragias nasales, pero no quería preocupar a nadie. Como cualquier
padre, quería que sus hijos no sufrieran lo duro de la vida. Y les exigía que
fueran a la escuela.
Después
de la escuela, Paloma regresaba a su casa se cemento y madera con su padre. Ahí
le recitaba las lecciones del día, aún en su uniforme de blusa gris y falda
rayada a blanco y azul. Trataba de animarlo. Le decía que la escuela nunca
había sido difícil para ella. Se sentaba en el salón con los otros niños,
mientras los profesores les decían las ideas que necesitaban saber. No era
difícil repetir las ideas y obtenía buenas calificaciones sin pensar demasiado.
Su
profesor de quinto año era Sergio Juárez Correa. Estaba acostumbrado a enseñar
en ese tipo de lugares, el cual muchos de sus compañeros llamaban un lugar de
castigo. Sus estudiantes no tenían acceso regular a internet, electricidad
segura o mucha esperanza. También él había crecido cerca de un basurero en
Matamoros, y se había convertido en profesor para ayudar a los niños a hacer
algo productivo con sus vidas.
Así
es que cuando Paloma quedó en su grupo, Juárez Correa decidió experimentar.
Leyó libros y buscó ideas en línea. Encontró las ideas de Sugata Mitra, un
profesor de tecnología educacional en la Newcastle University en Reino Unido.
Mitra condujo experimentos en los cuales dio computadoras a niños en la India.
Sin darles instrucciones, vio como éstos se enseñaban a sí mismos una
sorprendente variedad de cosas, desde replicaciones desde ADN hasta inglés.
En
Matamoros, el profesor Juárez no lo sabía todavía, pero había encontrado una
filosofía educacional emergente, la que aplica la lógica de la edad digital al
salón de clases. Esa lógica es inexorable: acceso a un mundo de información
infinita que ha cambiado cómo nos comunicamos, procesamos información, y
pensamos.
El
21 de agosto de 2011 –el día que empezó el año escolar,- juntó los mesa-bancos
en pequeños grupos. Cuando llegaron sus confundidos alumnos, les explicó que en
otras partes de mundo los niños podían memorizar pi hasta cientos de números
decimales. Que podían escribir sinfonías y construir robots y aviones. Nadie
pensaba que los niños de la José López Urbina podían hacer esas cosas.
Justo
cruzando la frontera frente a Matamoros en Brownsville, Texas, los niños tenían
laptops, acceso a internet a alta velocidad y tutores personales. Acá, los
estudiantes tenían electricidad intermitente, unas pocas computadoras, internet
limitado, y algunas veces ni lo suficiente para comer. Pero, dice Juárez
Correa, tenían la cosa que los hace iguales a cualquier niño del mundo:
potencial. Así es que les preguntó a sus alumnos “¿qué quieren aprender?”
El
padre se Paloma se puso más enfermo, pero continuó trabajando, a pesar de la
fiebre e intensos dolores de cabeza. Finalmente fue ingresado al hospital, pero
su condición se deterioró. El 27 de febrero del 2012 falleció de cáncer en el
pulmón. En su última visita, le dijo a Paloma “Eres una niña inteligente.
Estudia y hazme orgulloso de ti”. La niña no fue a la escuela durante cuatro
días, pero terminó enterrando su tristeza y su duelo. Cuando regresó a clases,
quería hacer realidad el deseo de su padre.
Un
día de septiembre del año pasado, el subdirector de la escuela consultó el
sitio de ENLACE, el examen de logros educativos en México. Descubrió que los resultados
del examen de junio habían sido colocados. Paloma recibió la mayor calificación
de matemáticas en el país. Fue la mejor de once millones de niños mexicanos.
Recibió la atención de los medios, una bicicleta y una laptop. A pesar de que
más de la mitad de los alumnos del profesor Juárez Correa habían demostrado
estar en clase mundial, casi nadie lo reconoció.
Comentarios,
dudas, aclaraciones: javiercassio@gmail.com
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