lunes, 10 de marzo de 2014

ME LO DIJO...



Me lo dijo un pajarito
Javier Cassio
Trabajando de noche
Con mi reconocimiento para quienes deben trabajar de noche. Especialmente para los empleados de tiendas de conveniencia
En mi ya lejana juventud y mientras vivía en Estados Unidos decidí buscar trabajo “de lo que fuera”. Los avisos de solicitudes de empleo de los periódicos solicitaban guardias de seguridad y enfermeros. Nunca me ha gustado cuidar el dinero de los demás, y no estoy demasiado capacitado en labores de enfermería. Mis opciones tendrían que ser por otro rumbo. No tardé demasiado para decidirme a solicitar empleo en una cadena de tiendas de conveniencia en la que me aceptaron gustosos, a pesar de mi imperfecto inglés.
Cobrar pequeñas compras no debería ser tan difícil, razoné. Acudí a tres días de entrenamiento, principalmente para manejar la caja registradora que a finales de los años ochenta aún no contaba con el aditamento que lee, registra o cobra los códigos de barras de los artículos. Aquella era una tarea manual y repetitiva que tenía todas las posibilidades de convertirse en rutinaria. Un día después de mi entrenamiento me presenté en la tienda en que continuaría mi capacitación, ahora en operaciones verdaderas.
Diez minutos en la caja, dos consejos sobre no vender cerveza a menores de edad o a deshoras y ya estaba yo acomodando la mercancía en los anaqueles. No era una tarea demandante y la paga no era tan mala. Aún no me divertía lo suficiente como trabajar “de lo que fuera”, pero sentía que aquel trabajo era mejor que atender enfermos o permanecer en una puerta vigilando a los visitantes con una tabla con clip en la mano. Cuando fue tiempo de terminar la jornada del día, me dieron la infausta noticia.
No trabajaría en esa tienda y no trabajaría en el turno diurno. Estaba asignado a otra tienda –por cierto, más cercana al departamento en que vivía,- y trabajaría en el turno del panteón. ¿Escuché bien? ¿Por alguna extraña razón sería enterrador? Pedí que aclararan mi confusión. Resultó que “turno del panteón” es otra forma de decir “turno nocturno”. Mis tareas empezarían a las 10 de la noche y terminarían a las 6 de la mañana del día siguiente. Al escuchar aquella explicación sentí la tierra hundirse bajo mis pies.
Nunca he sido bueno para desvelarme, al menos no lo soy desde el tiempo en que cursando en la preparatoria nocturna –tenía clases de lunes a sábado,- podía asistir adicionalmente a tres o cuatro fiestas a la semana y continuar mi trabajo normal durante el día sin morir de sueño en el intento. Pero eso había quedado muy atrás. En mis tiempos de trabajador de tienda de conveniencia consideraba las diez de la noche como la hora normal para empezar a dormir, y ahora tenía que empezar a trabajar.
En aquella época descubrí que el café y el té negro quitan el sueño una hora después que los ingieres y lo hacen por hora y media y dos, tiempo para otra dosis de cafeína para continuar despierto. También descubrí que trabajar cuando se tiene sueño incontrolable es similar a la peor tortura. Entendí porque los choferes que manejan de noche dicen que la hora de mayor incidencia de accidentes en carretera ocurren entre las cinco y las siete de la mañana. Es la hora en que el cansancio y el sueño forman funesta combinación.
Mi trabajo consistía en rellenar los refrigeradores con refrescos, leche y cerveza. Mantener en condiciones presentables los pisos del local y barrer una vez por semana el estacionamiento. Limpiar todos los días la máquina de hacer palomitas y cambiar el producto para que estuviera fresco tan temprano como fuera posible. Nunca entendí que a alguien se le pudiera antojar comer palomitas a temprana hora del día. Al momento de trabajar no debería tener mi cartera conmigo, en prevención de un asalto. Y cuando el asalto ocurriera no debía oponer ningún tipo de resistencia.
Por otro lado, antes de la medianoche llegaban los periódicos del día siguiente y me daba el gusto de leer entonces las noticias de mañana. Todas las revistas de los anaqueles estaban a mi disposición, incluyendo las de detrás del mostrador. Aunque en realidad no me llamaba la atención hojear las revistas para adultos, confieso que más de una vez me puse a pensar en la mejor forma de violar las bolsas de plástico en que estaban envueltas sin que se notara demasiado. También la cena era gratis, aunque no eso no figuraba en las prestaciones.
Pero era un trabajo duro, si tan sólo fuera porque era realizado a la hora en que todos dormían y nunca pude creer que yo estuviera trabajando en ese tiempo. Y dormir aunque fuera un minuto era impensable. Mi única esperanza es que por fin el sol empezara a salir y llegara a mi cama para dormir todo el día para empezar de nuevo el suplicio de las diez de la noche. Aun hora, veinticinco años después, recuerdo aquel tiempo cada vez que ingreso a una tienda de conveniencia.
Comentarios, dudas, aclaraciones: javiercassio@gmail.com

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